miércoles, octubre 21, 2009

UN MITO LLAMADO ANDRÉS MONTES

Han pasado algunos días desde la muerte de Andrés Montes y durante este tiempo he vencido varias veces la tentación de escribir sobre el tema. Sentía la necesidad de escribir pero también de huir del clásico homenaje repleto de tópicos en el que las palabras único, genial e irrepetible se han escrito tantas veces que entre todos hemos conseguido vaciarlas de significado. En mi caso, la tristeza de haber perdido a Andrés se ha agudizado enormemente por el hecho de no haber encontrado una explicación a las causas de su muerte.

Llevo desde el viernes por la noche intentando saber lo que le ha pasado a Andrés y hasta el momento hay más preguntas que respuestas. No sabemos a ciencia cierta el qué ni el cómo ni el por qué. Los pocos detalles que han trascendido sobre las circunstancias de su fallecimiento hacen pensar que quizá Andrés Montés decidió tomar una trágica y drástica decisión. El hecho de que no se haya hecho pública la causa de su muerte ni el resultado de la autopsia no hace sino añadir misterio al misterio. Y yo me pregunto si ese extraño silencio que se ha apoderado de sus amigos y conocidos, casi todos compañeros de profesión, no tendrá menos que ver con el respeto a su memoria y a la intimidad de su familia que con el deseo de no empañar la imagen de un poderoso grupo de comunicación que recientemente tomó con él una dura decisión empresarial, ésta no trágica aunque igualmente drástica.

Yo no sé si Andrés Montes se ha quitado la vida y no sé si algún día lo sabré pero si sé que la existencia de un hombre se sustenta en tres pilares sin los cuales difícilmente uno puede resistir los embates de la vida: la salud, la familia y el trabajo. De lo poco que sabíamos sobre su vida y de lo poquísimo que algunos de los que le conocían bien nos han contado después de su muerte podemos ahora deducir que al menos dos de esos pilares no gozaban de la estabilidad necesaria. Una fría decisión empresarial pudo ser el golpe definitivo que hizo derrumbarse el tercero y con él toda la estructura que soportaba. Pero también puede ser que todo esto sea una mera especulación y que al pobre Andrés le sobreviniera un infarto, un derrame cerebral, un aneurisma o cualquiera de esas cosas. De todos modos deberían habérnoslo contado. Fuera lo que fuera lo que le pasó me creo, por la admiración que le tenía, en el derecho de saberlo. O al menos de preguntarlo.

Genial. Único. Irrepetible. Por supuesto que era genial. Claro que era único e irrepetible. Todo ser humano lo es. Pero para los que amamos el baloncesto y especialmente la NBA Andrés Montes era mucho más que eso. Era alguien a quien teníamos un cariño excepcional. Por muchísimas razones pero especialmente por una que también estos días se ha repetido hasta la saciedad: por entender y ser capaz de transmitir que la única manera de enganchar a alguien a un deporte es vivirlo uno mismo como una pasión desenfrenada, y en consecuencia, convertir la narración de cada partido en una fiesta. Noche tras noche, con Andrés como peculiar maestro de ceremonias, asistíamos a una auténtica celebración de nuestro amor por el baloncesto. Pero no únicamente de nuestro amor por el baloncesto. También celebrábamos nuestro amor por la música, por el cine, por la buena comida, por la vida en definitiva. Una vida que, como decía Andrés, puede ser maravillosa aunque quizá para él había dejado de serlo.

Desde el pasado viernes una palabra resuena en mi cabeza sin parar: “mito” He decidido consultar su significado en el diccionario y, entre otras acepciones, he encontrado las siguientes: Historia ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal. Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima.

El mito nace cuando el personaje muere. Si no fuera así no se utilizaría la expresión “mito viviente” Las extrañas circunstancias de su muerte nos obligan a especular entre lo real y lo ficticio y la frase de despedida de su última retransmisión se nos revela ahora como el envoltorio de un mensaje quizá deliberadamente premonitorio que visto lo sucedido después cobra un significado escalofriante. Sin pretenderlo o quizá sí, Andrés Montes se ha convertido en un mito.

Adiós Andrés. Vivirás para siempre en nuestros corazones porque las personas que aportan felicidad a nuestras vidas no mueren nunca. Y todos nos acordaremos de ti cuando en medio de un partido alguien se tire una piedra o meta una canasta de churro. También sonreiremos cuando veamos a un miembro del club del “gourmet”, “se dejaba llevar” o “abre los ojos”.

Querido Andrés. Mítico Andrés. Quizá a partir de hoy ver una retransmisión deportiva ya no será una celebración de nuestro amor por el deporte y la vida pero sí un pretexto para honrar tu memoria. Nuestro particular homenaje será seguir viviendo la magia del basket. Gracias por todo amigo. Hasta siempre.