Al margen del doble sentido, que por supuesto lo tiene...
John Sam Williams es sin ninguna duda uno de los jugadores con más talento que yo haya visto jugar en mi vida. Debutó en la NBA en la temporada 1986-1987. Había sido elegido en primera ronda por Whasington Bullets con el número 12 del maldito draft del 86 tras haber estado sólo dos años en la universidad de Louisiana State. Su llegada a la liga iba a coincidir con el final de la época dorada de los ochenta, aquella en que Lakers y Celtics alternaban su hegemonía de la mano de Magic y Bird. Eran tiempos de cambio. El comienzo de otra era. Una en la que el talento físico iba a tener cada vez más importancia en el juego como quedaría claro después tras los dos anillos consecutivos ganados por los bad boys de Detroit y la posterior dinastía Jordan. En aquel contexto un jugador como Williams, con 2.06 de estatura y 120 kilos de peso que no dejaron de aumentar a lo largo de su carrera estaba condenado a la extinción. Demasiado gordo para jugar de base, demasiado lento para jugar de alero, demasiado bajo para jugar de pivot. Pero con talento suficiente para jugar perfectamente en cualquiera de las tres posiciones. Con la inteligencia y fundamentos necesarios para fajarse en el poste bajo. Con la fuerza y habilidad suficiente para atacar el aro desde los cinco metros. Con talento y visión de juego sobrados para conducir sin mayor problema la ofensiva de su equipo, cosa que hizo en numerosas ocasiones a lo largo de su carrera. En su mejor temporada, la 89-90 promedió casi 8 rebotes, 5 asistencias y más de 18 puntos por partido. Durante tres temporadas consecutivas, la 89-90, la 90-91 y la 91-92 repartió más de cuatro asistencias cada noche.
Lamentablemente, sus problemas con la báscula terminarían truncando su carrera en la NBA. Una serie de lesiones, no necesariamente provocadas por su exceso de kilos, aunque sí agravadas por este le hicieron perderse infinidad de partidos. Cuando llegó a la liga se fijó oficialmente su peso en 260 libras (117,9 kg) a pesar de que no había bajado de los 120 kg desde su época de High School. Los Clippers, equipo al que fue traspasado en 1992, le asignaron oficialmente un peso de 295 libras (133,8 kg). Pero siempre estuvo muy por encima de su peso oficial. Al final de su carrera en la NBA, cuando militaba en Indiana Pacers, rondaba los 150 kilos. Todos los equipos de la NBA de los que formo parte le apartaron, en un momento u otro de su carrera de la plantilla a causa de su sobrepeso. Incluso se pasó toda la temporada 91-92 suspendido. En 1995 con sólo 28 años, arrojó definitivamente la toalla y se retiró. Tras una temporada en blanco se enroló en las filas del equipo de exibición de Magic Johnson con el que se dedicó a jugar torneos benéficos. En 1997 tuvimos la suerte de que eligiera España como destino para su vuelta al baloncesto de competición. En nuestro país, con signos evidentes de que su peso le importaba ya un carajo, impartió su magisterio en varios equipos: Coviran Sierra Nevada, TDK Manresa y Forum Valladolid, para finalizar su carrera en 2004 en las filas del CB Huelva de la liga LEB. En el año 2001 le vi maravillar a propios y extraños a orillas del Pisuerga. Pocas veces he visto a un jugador ejercer un control tan magistral sobre el juego. Allí, sobre el parquet, aquel tío gordo, lento y no muy alto dominaba a su antojo todas las facetas del juego y ejercía una influencia decisiva en su equipo.
Muchas veces decimos que tal o cual jugador tiene "clase". Probablemente no nos pondríamos de acuerdo a la hora de definir lo que eso significa. Para mí tener "clase" jugando al baloncesto es ser capaz de aprovechar al máximo tus recursos, hacer lo correcto cuando hay que hacerlo y conseguir influir en el devenir del partido logrando que tus compañeros sean mejores. Cuando las facultades físicas no te acompañan, como en el caso de Williams, hay que añadir una dosis extra de talento e inteligencia y entonces estamos ante un "superclase". Esa es la definición de "clase" que aparece en mi diccionario de basket. Y a su lado, como sinónimo, pone John Sam Williams.
De repente he comprendido porque Williams estaba tan gordo. Hace falta mucho cuerpo para albergar tanto talento.