Ya sé que vais a pensar que se me ha ido la olla por completo pero he de confesarlo: El bueno de Ronny Turiaf me recuerda a los “Milli Vanilli”. Y no sólo por su físico. Quizá no estaría de más trazar para los más jóvenes un breve perfil del mítico dúo de “no cantantes” formado por Fabrice Morvan y Rob Pilatus que protagonizaron a finales de los ochenta uno de los episodios más estrambóticos de la historia del pop. Tras arrasar en las listas de éxitos de todo el mundo con canciones como “Girl, you kow it`s true” o “Girl I gonna mis you” llegaron a ganar un Grammy al artista revelación en 1990. La “extraña” actuación que protagonizaron durante la gala de entrega de los citados premios fue el detonante de las sospechas y finalmente al creador y productor del grupo Frank Marian no le quedó más remedio que descubrir el pastel: Fab y Rob no cantaban una mierda. Se limitaban a mover la boca en el playback, protagonizar los torridos videos, hacer fotos y entrevistas, ligarse a las tías y llevarse la pasta. La voz en los discos la ponían otros. Los pobres Milli Vanilli cayeron en desgracia y tuvieron que devolver el Grammy fraudulentamente ganado.
En un desesperado intento de seguir exprimiendo la gallina de los huevos de oro el avispado productor tuvo la desfachatez de lanzar al mercado a los verdaderos cantantes que se escondían tras los rostros de los farsantes con el nombre “The Real Milli Vanilli” pero cosecharon un rotundo fracaso. Los propios Morvan y Pilatus también intentaron, por su parte, reconquistar al gran público y en 1993 grabaron con sus propias voces un álbum llamado “Rob & Fab” que corrió la misma suerte.
Llegados aquí intentaré retomar la idea original de este post que no es otra que declarar a Ronny Turiaf el legítimo heredero de los Milli Vanilli. O el tercer Milli Vanilli si lo preferís, "Ron, Rob & Fab". La razón es que, al igual que el denostado dúo, el bueno de Ronny es hoy por hoy sólo fachada. Un mero showman. Domina como nadie los aspectos del juego que más tienen que ver con el espectáculo. Es único a la hora de agitar la toalla en el banquillo, el mejor cuando la cosa se pone fea y hay que solicitar con vehemencia el apoyo de la grada y sus enormes pectorales siempre están preparados para escenificar esa absurda y primitiva ceremonia que consiste en golpearse el pecho con la estrella del equipo para celebrar una racha de aciertos,normalmente justo después del momento en el que el entrenador del equipo rival solicita un tiempo muerto. Pero cantar, lo que se dice cantar, al menos desde que juega en la NBA, no ha cantado ná de ná.
Los Milli Vanilli bailaban con frenesí, lo daban todo en el escenario y enardecían a las jovencitas con sus cuerpazos esculpidos en puro ébano, pero de sus gargantas jamás llegó a escapar nada parecido a una canción.
Los Warriors han hecho algo cuya lógica se nos escapa a la mayoría de nosotros. Han visto en Turiaf algo más que un mero animador de banquillos. Le han ofrecido un contrato plurianual y muy bien remunerado y, por tanto, le han dado la oportunidad de demostrar que es un verdadero cantante. A ver qué tal le va su primer concierto.
En un desesperado intento de seguir exprimiendo la gallina de los huevos de oro el avispado productor tuvo la desfachatez de lanzar al mercado a los verdaderos cantantes que se escondían tras los rostros de los farsantes con el nombre “The Real Milli Vanilli” pero cosecharon un rotundo fracaso. Los propios Morvan y Pilatus también intentaron, por su parte, reconquistar al gran público y en 1993 grabaron con sus propias voces un álbum llamado “Rob & Fab” que corrió la misma suerte.
Llegados aquí intentaré retomar la idea original de este post que no es otra que declarar a Ronny Turiaf el legítimo heredero de los Milli Vanilli. O el tercer Milli Vanilli si lo preferís, "Ron, Rob & Fab". La razón es que, al igual que el denostado dúo, el bueno de Ronny es hoy por hoy sólo fachada. Un mero showman. Domina como nadie los aspectos del juego que más tienen que ver con el espectáculo. Es único a la hora de agitar la toalla en el banquillo, el mejor cuando la cosa se pone fea y hay que solicitar con vehemencia el apoyo de la grada y sus enormes pectorales siempre están preparados para escenificar esa absurda y primitiva ceremonia que consiste en golpearse el pecho con la estrella del equipo para celebrar una racha de aciertos,normalmente justo después del momento en el que el entrenador del equipo rival solicita un tiempo muerto. Pero cantar, lo que se dice cantar, al menos desde que juega en la NBA, no ha cantado ná de ná.
Los Milli Vanilli bailaban con frenesí, lo daban todo en el escenario y enardecían a las jovencitas con sus cuerpazos esculpidos en puro ébano, pero de sus gargantas jamás llegó a escapar nada parecido a una canción.
Los Warriors han hecho algo cuya lógica se nos escapa a la mayoría de nosotros. Han visto en Turiaf algo más que un mero animador de banquillos. Le han ofrecido un contrato plurianual y muy bien remunerado y, por tanto, le han dado la oportunidad de demostrar que es un verdadero cantante. A ver qué tal le va su primer concierto.