La espectacular imagen de las gradas del Oracle Arena teñidas de camisetas amarillas con la frase “We Believe” durante el sexto partido de la serie Golden State Warriors – Dallas Mavericks me ha hecho recordar unas series finales de las que se acaba de cumplir el 40 aniversario. El 24 de abril de 1967 los San Francisco Warriors perdían la final de la NBA en el sexto partido por 122 -125 a manos de unos Philadelphia 76ers donde un inconmensurable Wilt Chamberlain ejercía de verdugo en unas finales con tintes fraticidas, habida cuenta de que Chamberlain había formado parte de la plantilla de los Warriors tan solo un par de temporadas antes.

Los 76ers habían conseguido eliminar en la final de conferencia a los invencibles Celtics de Bill Russell rompiendo así una racha de 8 campeonatos consecutivos. Chamberlain lo tenía claro: no iba a dejar que se escapase aquel anillo. En aquellos Warriors tambien había jugadores míticos, especialmente Rick Barry y el extraordinario pivot Nate Thurmond, que protagonizó con Chamberlain una auténtica batalla de colosos. Thurmond promedió 16 puntos y 23 rebotes a lo largo de aquellos playoffs. Wilt Chamberlain promedió casi 22 puntos y más de 29 rebotes. Nadie después de ellos ha vuelto a capturar más de 20 rebotes en todos y cada uno de los partidos de una serie final.

Para los que amamos el basket de antaño ese color amarillo tiene un significado especial. Hace que se ponga en funcionamiento un resorte, un mecanismo que nos conecta con otra época. Un puente que nos traslada al pasado, que nos hace imaginar gestas gloriosas de los equipos a los que admiramos, y nos recuerda que aquellos grandes jugadores merecen ser honrados y respetados eternamente.
Aquellos 76ers de Chamberlain son, para muchos, el mejor equipo que ha habido jamás. A pesar de su grandeza, los Warriors no tenían ninguna oportunidad. Nunca va ser tan difícil ganar el anillo como lo fue entonces. Por eso ahora debemos tener fe, vestirnos de amarillo y gritar:
WE BELIEVE
WE BELIEVE